Vicepresidente Pence niega ser el «traidor anónimo»

La columna anónima de un alto funcionario de la Administración de Trump publicada por ‘The New York Times’ desata una tormenta en la Casa Blanca.

 

Washington está a la caza del autor del artículo anónimo que publicó este miércoles The New York Times. Solo se sabe que es un alto cargo del Gobierno estadounidense y que no quiso revelar su nombre en el texto Yo soy parte de la resistencia interna de la Administración de Trump por temor a perder su trabajo. Mientras los periodistas olfatean cualquier ápice informativo que pueda dar una pista, los funcionarios más próximos al presidente de Estados Unidos se lavan las manos.

La oficina del vicepresidente Mike Pence negó con rotundidad que él fuera el responsable del «falso, ilógico y sin contenido» escrito. «El vicepresidente pone su nombre en sus columnas de opinión», aclaró un portavoz de Pence. El secretario de Estado, Mike Pompeo, descartó desde la India ser la firma oculta y calificó la publicación de «triste». En medio de la ansiedad que se vive este jueves, el departamento de Inteligencia Nacional también se ha referido al tema. El director, Dan Coats, ha descartado que él o el subdirector hayan escrito el artículo. «Las especulaciones son falsas. No lo hicimos», declaró.

El texto sin autor describe una situación insólita de la presidencia de EE UU, en la que varios miembros del Ejecutivo se sienten tan alertados por los “impulsos” del mandatario republicano que trabajan en controlar y moldear su agenda. Se llegaron a plantear, incluso, la posibilidad de pedir la incapacitación del mandatario. El periódico admite en una nota en el arranque del texto que difundir una tribuna sin informar la identidad del autor -que los editores sí conocen- resulta excepcional, pero lo justifican por el interés de compartir su perspectiva. Llueve sobre mojado: la publicación se produce al día siguiente de que salieran a la luz contenidos de un nuevo libro de periodista Bob Woodward en el que también habla de miembros de la Administración aterrados por la deriva de la Casa Blanca.

“Trabajo para el presidente, pero, como otros colegas como yo, he prometido boicotear partes de su agenda y sus peores inclinaciones”, afirma este alto cargo que pidió el anonimato al Times para proteger su empleo. El autor recalca que no forma parte de la llamada “resistencia” de la izquierda estadounidense, que persigue el éxito de este Gobierno y que muchas de las medidas en marcha han resultado beneficiosas para EE UU (rebaja fiscal y aumento del gasto militar, por ejemplo), pero considera que el presidente actúa de un modo “dañino para la salud de la República”. Así, varios miembros del equipo del republicano tratan de reconducir discretamente los “impulsos más equivocados” de Trump hasta que el neoyorquino esté fuera del Gobierno.

La reacción de Trump llegó en varias dosis. Primero calificó el artículo como una «vergüenza» y la portavoz, Sarah Sanders, tachó de «cobarde» a su responsable y le animó a dimitir, dando credibilidad a la autoría del texto. Luego, en declaraciones a la prensa, aseguró que la CNN, The New York Times y todos los «medios farsantes» acabarían dejando el negocio. En su cuenta de Twitter, primero escribió en mayúsculas «¿TRAICIÓN?». Acto seguido, planteó que, si ese alto cargo existía de verdad, el Times tenía obligación de «entregarlo al Gobierno por motivos de seguridad nacional».

Como si una conjura vaticana se tratase, el alto cargo de Trump describe una suerte de “estado paralelo” que evita que las barrabasadas que el mandatario estadounidense afirma en su cuenta de Twitter, por ejemplo, o ante una cámara de televisión, se traduzcan en daños irreparables. El relato recuerda a alguno de los episodios recogidos en el libro de Woodward, Fear: Trump in the White House (Miedo:Trump en la Casa Blanca), que sale a la venta la próxima semana. En él, según los extractos que se han conocido ya, el periodista habla de también de un “golpe de estado administrativo”, según el cual los asesores más próximos al presidente le han ocultado textos por temor a que los firme y desate una catástrofe.

“La raíz del problema es la amoralidad del presidente”, dice el autor anónimo en el Times. “Cualquiera que haya trabajado con él”, continúa, “sabe que no está anclado a ningún principio discernible que guíe su toma de decisiones”. Aunque haya sido elegido “como republicano”, muestra poca afinidad con los principios de libertad de mercados, de pensamiento y de personas que los conservadores se atribuyen, sostiene el texto, que lamenta hechos como que el presidente califique a la prensa de “enemigos del pueblo”.

El artículo supone una buena metáfora de lo que ocurre con el gabinete y los republicanos. Aunque en privado muchos quieren dejar claro que se sienten consternados por los desmanes de la era Trump (los insultos a países aliados, la afinidad con los dirigentes autoritarios y los ataques de tipo xenófobo), soy muy pocos los que han alzado la voz en público. Ahora, con las legislativas de noviembre, tienen más en marcar distancias respecto a la figura controvertida del dirigente.

La “resistencia” de la que habla el texto trata de aislar las acciones y políticas efectivas de cada rama de la Administración de los impulsos de su presidente, cuyo estilo define como “superficial, inefectivo, conflictivo e impulsivo”. En las reuniones sobre algún asunto, dice, suele desviarse del tema y enzarzarse en broncas repetitivas y sus impulsos le llevan a veces a tomar decisiones temerarias, que luego hay que rectificar o enmendar. “No hay literalmente un asunto en el que no pueda cambiar de opinión de un minuto a otro”, afirma un funcionario citado en el artículo.

“Los americanos deben saber que hay adultos en la habitación”, trata de tranquilizar el autor a los lectores (y electores) estadounidenses. En esta línea, existe una presidencia que se mueve por “dos vías”. El alto cargo pone como ejemplo la política exterior: “El presidente Trump muestra una preferencia por autócratas y dictadores, como Vladímir Putin de Rusia o Kim Jong-un de Corea del Norte”, pero la Administración, al mismo tiempo, “acusa a países como Rusia de interferencia y le castiga de forma consecuente”.

Ha resultado tan errático este año y medio de presidencia que, señala, hubo quien en su momento se planteó la posibilidad de invocar la enmienda 25 de la Constitución, que abre la puerta a la destitución del presidente por salud mental, aunque, cuenta el artículo, se desechó para evitar una crisis constitucional. Así que han decidido seguir en la Administración hasta que esta, “de un modo u otro”, acabe. “La mayor preocupación no es lo que Trump ha hecho a su presidencia, sino lo que como nación le hemos permitido”, afirma, sin aclarar la distribución de responsabilidades.

El alto cargo no critica al Partido Republicano ni menciona directamente algunos de los asuntos más polémicos de la presidencia de Trump, como su política migratoria, que será un eje central en las elecciones de noviembre. “Hay una callada resistencia dentro de la Administración de gente que quiere poner primero al país”, afirma el texto.

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