Invasión gringa a Panamá: Verdades ocultas y justicia negada (II)

Oswaldo Rodríguez Martínez | Prensa Latina

“Hoy les digo a quienes asesinaron a mi papá Octavio Rodríguez, un militar combatiente y patriota, que no olvidamos; pero, los perdonamos; mi mamá y yo los perdonamos”.

Esas fueron las palabras de Paula, la niña de tres años que la invasión estadounidense a Panamá dejó huérfana, cuando su padre se inmoló en su posición de combate frente a los agresores el 20 de diciembre de 1989, no sin antes abatir a varios de los enemigos, superiores en número y poder de fuego.

Ella creció al lado de su mamá, Trinidad Ayola, en busca de verdades ocultas y justicia negada, por eso la declaración de la fecha como Día de Duelo Nacional la consideró ‘histórica, pues marca un antes y un después en la historia panameña’, para lo cual debieron caminar, luchar y esperar por 30 años.

“Con esta decisión, se les hace honor a todas las víctimas, los combatientes, a todos los que perdieron su hogar, a los que perdieron a sus amigos e incluso, a los que fueron víctimas de persecuciones políticas durante los cinco primeros años de la década del 90”, dijo quien junto a Trinidad encabeza la asociación de familiares y amigos de las víctimas (AFAC).

Algunas voces, en cambio, se levantaron contra la medida que califican de incompleta, porque en Panamá incluye el cierre de oficinas públicas y privadas que no ocurrirá esta vez; pero otros, entre ellos Paula, lo consideran un gran paso de avance y con voz entrecortada expresó:

“Gracias públicamente al presidente Laurentino ‘Nito’ Cortizo, quien hoy pasa a la historia como un hombre justo, noble y un patriota. Pero, a este día no llegamos solos, este día lo construimos con muchos compañeros, algunos aquí presentes y otros no. Este día fue largo y comenzó con una primera marcha negra en marzo de 1990. Nunca dejamos de marchar”.

Cuando los panameños recuerdan ahora aquella madrugada infernal de un miércoles decembrino, desaparecen los miedos y de a poco comienzan a revelarse nuevas historias, quizás antes susurradas en la intimidad de una tertulia, pero ahora se gritan ante las cámaras con el clamor de justicia.

Hasta los enemigos aceptaron develar algunos documentos que la Comisión 20 de Diciembre analiza para seguir en su búsqueda de restos mortales que yacen en fosas comunes denunciadas con exactitud algunas, mientras de otras solo se conocen anécdotas y rumores.

Quienes festejaron ahora hacen silencio

En la invasión unos pusieron los muertos y otros celebraron con vinos, mientras en inglés enarbolaron carteles de Thank you (gracias) y estrechaban las ensangrentadas manos de los agresores.

Apenas un año después, un documental mostró a una mujer que pidió al gobierno impuesto por Estados Unidos, una definición de si reconocían el hecho como “guerra, invasión o liberación”, e irónicamente lo calificó de “gobierno de democracia y justicia”.

Con desafío a la represión de entonces, interrogó públicamente: ‘¿Democracia para quién?, ¿justicia para quién?, ¿para los que están en las fosas comunes o para los que están en el gobierno actual?, ¿para los que pasamos hambre y miseria o para los que lo tienen todo?’.

Otro material fílmico del realizador panameño Rafael Vergara intentó preservar la memoria histórica y mostró imágenes del mayor Fitzgerald (su apellido estaba inscrito en el uniforme), cuando pistola en mano disparó a la cabeza a un civil detenido por los invasores en medio de la calle, mientras en desafío a los uniformados, la muchedumbre clamó justicia.

Causa Injusta: una visión, fue el título de ese documental narrado por su autor, parafraseando el nombre de Operación Causa Justa dado por los invasores, al tiempo que las escenas contaban la historia de la masacre a la población civil, incluida la voladura de un edificio porque sus moradores no salieron a entregarse.

De la agresión, calificada de brutal, se conocen más las acciones militares de los invasores que los daños a la población civil, las cifras reales de muertos y las reacciones de los panameños en defensa de su terruño, al cual solo en la ciudad fue en medio centenar de puntos, por eso la AFAC convocó a todos a contar su historia sin avergonzarse de una víctima o un combatiente.

La demonización de los Batallones de la Dignidad, una milicia popular organizada para velar por la soberanía, lanzó sobre sus integrantes un velo de silencio ante acusaciones de desmanes, de quienes el ejército estadounidense acusó de ‘paramilitares’ y el nuevo gobierno impuesto los persiguió para aplicar una supuesta justicia.

Aquellos que celebraron o llegaron al gobierno montados sobre tanquetas de las tropas invasoras -al decir de un testimoniante- ahora hacen silencio, cuando 30 años después comienzan a caer telones que escondieron la peor masacre vivida por Panamá en su historia y el mayor despliegue militar de Estados Unidos tras la derrota en Vietnam.

En la crónica La invasión a Panamá: Una heroína de la Little (pequeña) Hiroshima, el periodista colombiano Hernando Calvo describió los horrores vividos por los vecinos de la barriada capitalina El Chorrillo, a través del testimonio de una sobreviviente, a quien identifica solo por su nombre: Ana.

El empleo de láser para matar personas, el impedimento de auxiliar a heridos o recoger familiares y amigos fallecidos, los tanques pasando sobre las personas vivas o muertas tiradas en la calle, los lanzallamas quemando los cadáveres cerca de la playa, las fosas comunes, es el dantesco escenario que reveló la mujer.

La invasión empezó con la muerte de Omar Torrijos

El documento de Santa Fe I, o lo que se conoce también como el Consenso de Washington, señaló al general panameño Omar Torrijos como un peligro, al exponer tácitamente: “Panamá se encuentra bajo el control de un régimen militar de izquierda”.

Entre las propuestas de la hoja de ruta política de los EEUU estaba que “la Administración Carter destruyó sistemáticamente todos los intentos de cooperación y comunidad en este Hemisferio, con la única excepción de la dictadura de extrema izquierda y brutalmente agresiva de Omar Torrijos. Esta política debe revertirse”.

Más adelante expusieron su interés de colocar el canal de Panamá bajo “la protección de la Junta Interamericana de Defensa”, instrumento de dirección del revitalizado Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), cuyo control tiene Estados Unidos.

Por estas afirmaciones, el profesor Cecilio Simon opinó que el primer paso de la invasión fue la muerte de Torrijos, presentada como un dudoso accidente por la versión oficial, pero testigos oculares de la zona refirieron una explosión en el aire.

Testigos incómodos

El asesinato del fotógrafo del diario español El País por un blindado estadounidense, que disparaba contra periodistas, se convirtió por aquellos días en la principal denuncia contra la dudosa “justeza de aquella causa” que recorrió el mundo bajo la firma de Maruja Torres, la redactora que hizo equipo con el gráfico abatido Juantxu Rodríguez.

Años después, las memorias de la reportera volvieron a las páginas del periódico, cuando en 2006 escribió: “No recuerdo aquella semana navideña de 1989 como se recuerda un reportaje, sino como una pesadilla”.

Narró cómo en una confusión se enfrentaron fuerzas invasoras que ocuparon el hotel donde se encontraban y otras que llegaron afuera: “La tanqueta que encabezaba la comitiva detuvo sus disparos, tras abatir a unos cuantos de los suyos. Luego, la torreta de donde salía el fuego dio un giro de 45 grados y enfocó al grupo de periodistas.

Eché a correr entre las detonaciones que me ensordecían, llamé a Juantxu a gritos, pero él se había ido con su cámara. Le vi caminar hacia delante y caer. Una bala le atravesó el ojo izquierdo y así murió, abrazadito a su cámara.

Más tarde, tras una inútil conferencia de prensa en la ya obsoleta cancillería panameña, supimos que Guillermo Endara, el títere adiposo puesto por (George H. W.) Bush, había jurado la presidencia en una base de la zona del canal”.

Estas y otras verdades escondidas estimularon a Paula Rodríguez para su convocatoria conciliadora:

“Hoy, como asociación (AFAC), hacemos un llamado a la unidad de todos los panameños, incluso de quienes en su momento llamaron a la invasión, lo que nunca fue: Causa Justa. Hoy perdonamos a quienes celebraron, porque la lucha en el tiempo ha sabido demostrar lo violento del hecho”.

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