Derecha latinoamericana: Heredera de la doctrina Monroe

Elson Concepción Pérez | Granma

Me imagino a una derecha latinoamericana envalentonada y feliz, al conocer la noticia de que el nuevo presidente de Uruguay anunciara oficialmente la salida de su país de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur).

Algunos medios hacen lo mismo: «Uruguay le da la estocada final a lo que quedaba de la Unasur», se escribe en un despacho noticioso de efe.

Se sabía que sería así desde el mismo día en que el derechista nuevo presidente, Luis Lacalle Pou, tomó las riendas el pasado 1ro. de marzo.

Para completar tal decisión, el canciller de Uruguay, Ernesto Talvi, al hacer el anuncio, aseguró que su gobierno regresa al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), ese engendro de la desprestigiada OEA, fabricado, en gran medida, para facilitar la intervención en los asuntos internos de las naciones de la región.

Se trata, no hay dudas, de una derecha cuyas primeras acciones al llegar al poder están dirigidas a deshacerse de cualquier compromiso que represente integración entre los pueblos, y que lleve implícito la solidaridad y los beneficios sociales para los más desposeídos. Todo esto, acompañado del desmontaje de los programas sociales auspiciados con anterioridad por los gobiernos de izquierda y la implantación de modelos neoliberales.

No pequemos ni de ingenuos ni de extremadamente confiados: América Latina vive momentos de una gran confrontación ideológica.

En mi opinión, en este escenario se mezclan dos elementos, uno externo: el apoyo financiero y diplomático de Estados Unidos; y otro interno: las debilidades de algunos sectores de izquierda, que se desgastan en contradicciones entre ellos mismos y les resulta muy difícil unirse para, de manera conjunta, derrotar a sus adversarios.

Las palabras integración, solidaridad y participación popular, entre otras, debían ser banderas en alto que no pueden ser arriadas jamás si queremos que los gobiernos populares gocen de estabilidad, compromiso y confianza entre sus pueblos.

Fijémonos solo en tres ejemplos: lo primero que hizo el gobierno de facto de Bolivia tras el golpe, fue salirse del alba, romper con la CELAC, abandonar la Unasur.

Antes lo había hecho Lenín Moreno, en Ecuador, y ahora tocó el turno al nuevo mandatario uruguayo.

Se trata de tres países que vivieron en las últimas décadas momentos de verdadero fomento de planes sociales, cuando tuvieron al frente a líderes como Evo Morales, Rafael Correa y los uruguayos Pepe Mujica y Tabaré Vázquez.

Al fracturarse esa izquierda, ya fuese por golpe de Estado, por acceso al poder de oportunistas, o por elecciones, se vive hoy un retroceso al que solo los pueblos podrán ponerle freno y hacerlo reversible.

Abandonar las instituciones integracionistas de la región y adherirse a ese apéndice de la desprestigiada OEA que es el Grupo de Lima, es aliarse con quienes, desde Estados Unidos, trazan pautas a seguir para afianzar el patio trasero, que desde la Doctrina Monroe fue objetivo de los gobiernos de Washington.

¿O es que la ingenuidad puede cegarnos hasta creer que es casual el hecho de que –y pongo nuevamente tres ejemplos– Bolsonaro, en Brasil; Moreno, en Ecuador, y Jeanine Áñez, en Bolivia, hayan agregado a la marcha atrás de su carro, la peor de las acciones contra sus propios pueblos: romper con la solidaridad de decenas de miles de médicos cubanos que han salvado vidas y curado a enfermos, con su trabajo abnegado en los lugares más intrincados de esos países?

Ahora la derecha latinoamericana está entusiasmada, y el imperio yanqui bate palmas y apuesta por acabar con aquellos gobiernos –léase Cuba, Venezuela y Nicaragua– que levantan verdaderas obras al servicio de los pueblos.

Es tiempo de rectificación de la izquierda y de defender la unidad y la solidaridad, como símbolos de resistencia y de vergüenza, dos valores muy ajenos al oportunismo, la ingenuidad o la falta de vínculos con las bases sociales.

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