Imperio y Nicaragua

Jorge Capelán

Hace un año los golpistas decían que el único sentido de sentarse en torno a una mesa era definir cuándo y cómo el Gobierno sandinista, y en especial el comandante Daniel Ortega y la compañera Rosario Murillo, abordarían un avión con rumbo al exilio.

Hoy la mayoría de ellos están sentados, en un avanzado proceso, negociando con ese mismo Gobierno y con ese mismo Estado cuya legitimidad negaron y que quisieron destruir por las armas.

No están negociando la salida del Gobierno sino la liberación de sus presos, el retorno de sus exiliados y, a futuro, su participación en un proceso de elecciones según lo establecido en la Constitución de la República, ni antes ni después del 2021.

Poco a poco se van dispersando las nubes de humo y polvo levantadas por la retórica golpista del odio, que sembraron en ciertos sectores del pueblo de Nicaragua y en amplios sectores de la opinión pública mundial, la noción de que lo que estaba teniendo lugar entre abril y julio de 2018 era una verdadera insurrección popular contra un Gobierno espurio.

A pesar de casi 253 muertos, 2,018 heridos, y de haber sufrido una caída del PIB interanual del orden del 3.8% con la pérdida de unos 130 mil puestos de trabajo y el cierre de uno de cada cuatro negocios, la imagen que emerge tras el fracaso del “golpe suave” no es una de ruinas, sino la de un amplísimo consenso social en torno a la idea de que lo importante es sacar adelante el país, salir de la pobreza y buscar formas de convivencia social en la práctica, en la vida cotidiana.

Hace un año los obispos mediaron, pero muchos de ellos estaban jugando un papel dirigente entre las fuerzas que por las armas querían destruir las instituciones. Nunca actuaron como mediador sino como juez y parte.

Hoy en día esos prelados han desaparecido de la escena. El principal de ellos, el obispo de Managua, Silvio Báez, está siendo trasladado a Roma por el propio sumo pontífice y el que efectivamente está jugando un papel de mediador es el embajador del papa Francisco en el país, el nuncio Waldemar Sommertag.

Poco a poco, primero dentro y luego fuera de Nicaragua, el principio de la realidad se está haciendo valer por encima del principio del placer golpista que exigía a toda costa derrocar al sandinismo y destruir el país por medio de la guerra civil.

Dentro de Nicaragua, sin embargo, el principio que se está imponiendo desde hace meses, más allá de la dialéctica de los otros del odio y la guerra, es el del amor.

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