La información, esa arma poderosa

El control de la información desempeña un rol clave en la confección de las nuevas hegemonías mundiales

Hay tres sucesos ocurridos, relativamente en breve tiempo, que pueden ilustrar la magnitud de las contradicciones que atraviesa el capitalismo como sistema: los asaltos al Capitolio en EE. UU. y a las sedes de los Tres Poderes en Brasil, así como las revelaciones sobre espionaje e intromisión israelí en procesos electorales de varios países.

Todos tienen un propósito común: la usurpación del poder mediante la vulneración del orden legislativo, judicial y ejecutivo de una nación.

Este fenómeno va contra los postulados de la propia democracia representativa basada en esta distribución de poderes. Con tales acciones se pretende impedir que surjan alternativas que cuestionen el modelo de producción capitalista.

La meta velada parece ser la institucionalización de los golpes de Estado maquillados, en los cuales el argumento a mano resulta el papel fallido del Estado imperante, cuando en realidad de lo que se trata es de buscar un modo rápido de ocupar y perpetuarse en el poder, desconociendo la elección de los ciudadanos.

Toda explicación debe buscarse en el agotamiento de un modelo, como el neoliberalismo, imposibilitado de generar soluciones distintas al engaño y a la enajenación de la realidad que procura inducir en las masas. Es la agonía de un sistema cada vez más decadente.

A ello han contribuido, por una parte, las consecuencias de la pandemia, que aceleraron el colapso de los sistemas de Salud, y la existencia hoy, en la economía mundial, de la confluencia del estancamiento y la inflación, que influyen de manera desfavorable en la producción y en el comercio internacional.

La carencia de soluciones, y la pretensión descarada de exportar sus consecuencias a los más vulnerables, deja en evidencia el temor que las grandes oligarquías transnacionales tienen a perder el poder, mientras crece el descontento de las masas.

La fórmula no es nueva.

La manipulación de la realidad ha sido el método preferido de las clases explotadoras para someter a las amplias mayorías.

Lo que es distinto es el modo de usar las tecnologías de la información, con base en una propaganda que fabrica una «realidad» que tergiversa la verdad, de manera tal que influya decisivamente en el pensamiento y la acción de las personas.

No se utilizan tanques o cañones, o se utilizan, pero no tanto como se manipulan las mentes, las emociones, las necesidades, el miedo, la confusión para movilizar a las masas, incluso contra ellas mismas.

Así es cómo se intervienen los procesos que no resulten del agrado de los imperialistas, y que se aplican hasta contra los propios aliados. Están seguros de que pueden controlarlo todo y mantener su hegemonía.

Se podrán producir armas, incluso imponer su hegemonía a la fuerza, pero será imposible evitar las insalvables y crecientes contradicciones del sistema, tanto como impedir que las sociedades hastiadas procuren un destino mejor. Así ha sido siempre la historia de la humanidad.

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