Una mirada somera al mundo de fin de año

Sergio Rodríguez Gelfenstein

El cierre del año 2021 muestra una situación de extrema tensión en Ucrania, motivada en la necesidad de Estados Unidos de alimentar conflictos que le permitan ocultar su precaria situación interna.

Tanto en el este de Europa como en el mar meridional de China, la agresividad extrema de un Occidente que pierde protagonismo frente a China y Rusia ponen nuevamente al mundo al borde de una guerra que virtualmente tendría dimensiones incalculables, sobre todo porque se está hablando de potencias nucleares cuyos voceros no han escatimado en anunciar que en caso de conflicto bélico recurrirán a ese tipo de armas.

Solo la responsabilidad de los estadistas podría evitar que se llegue a esta situación. El pasado 14 de diciembre, los presidentes Vladimir Putin, de Rusia y Xi Jinping, de China, sostuvieron una conversación telefónica en la que establecieron nuevos parámetros para una alianza estratégica que se transforma en el principal instrumento con que cuenta la humanidad para garantizar la paz, enfrentar exitosamente la pandemia y avanzar hacia el desarrollo en un mundo sustentable.

Sin embargo, la difícil situación interna de Estados Unidos que el presidente Biden no ha podido enfrentar con éxito, conspira con el espíritu pacifista de la mayor parte de la humanidad. El fracaso de Biden en el manejo de la crisis migratoria, su incapacidad para generar los consensos necesarios que le permitan dar respuesta a la crisis económica y la ineficacia de las medidas anti pandemia, han conducido a una caída estrepitosa de la popularidad del presidente, con todas las repercusiones que tal situación conlleva.

Recordemos que en noviembre de 2022 se realizarán las elecciones de medio término que podrían llevar al fin del control de los demócratas de la Cámara de Representantes y de la paridad existente en el Senado, que no obstante, no han permitido una actividad parlamentaria que apoye la gestión de la Casa Blanca. Una derrota de los demócratas –que la mayoría de los analistas estadounidenses ya está augurando-, profundizará la crisis de gobernabilidad del país.

En ese contexto, el escenario internacional es el espacio en el cual Washington cimenta sus posibilidades de mantener la hegemonía global, habida cuenta que el sistema capitalista imperante no ofrece soluciones para enfrentar y derrotar la crisis. Contrario a lo que se puede suponer, una mirada somera al planeta aporta evidencias suficientes para apuntalar esta idea.

En la confrontación con China que Washington planteó desde comienzos de siglo y que el presidente Trump escaló hasta niveles indecibles, el retroceso en materia tecnológica, científica, militar, económica, financiera y en el ámbito de salud para enfrentar la pandemia, es más que notorio. Mientras China muestra éxitos sucesivos en estos aspectos, Estados Unidos se debate en continuos problemas que no puede resolver. Otro tanto ocurre con Rusia, sobre todo en materia militar y diplomática.

En esta medida, como la fuerza ya no le alcanza para sostener amenazas creíbles ante países y pueblos que se resisten, los líderes estadounidenses esbozan una retórica militarista y agresiva que pretende mantener los niveles de conflicto necesario para que las ventas de armas nutran su debilitada economía.

La firme respuesta del presidente Putin y del general Serguéi Shoigú, ministro de defensa de Rusia ante las provocadoras acciones de Estados Unidos y la OTAN en la frontera occidental de su país, dan cuenta de la voluntad de Rusia de resistir por cualquier vía una agresión que intentara Occidente para sacudirse de sus propios fantasmas. En este escenario, Europa dejó de ser un actor autónomo.

Aunque algunos de sus líderes hacen denodados esfuerzos para constituirse en un bloque con iniciativa propia e independencia para pensar y actuar, sus élites decidieron desdibujarse de forma definitiva para subordinarse desembozadamente a Estados Unidos, jugando el vergonzoso papel de cabrona en esta película de terror.

Suponer que el pueblo y el ejército que derrotó a Napoleón en el siglo XIX y a Hitler en el XX, pueda ser vencido por un casi demente Biden en el XXI no deja de ser una quimera irrealizable, sobre todo cuando se conoce el deplorable estado en que se encuentran sus fuerzas armadas. Es de esperar que tal como ha venido ocurriendo en tiempos recientes, si se llegara a un conflicto bélico, Estados Unidos sacrificará a sus “aliados” europeos para que ellos hagan la guerra que Washington no puede, para la que, además, seguramente recurrirá también al concurso de mercenarios y soldados de fortuna que ya han comenzado a concentrar en Ucrania como lo denunció el general Shoigú hace unos días.

Es de tal dimensión la orfandad de liderazgo de Estados Unidos, que la Casa Blanca organizó una payasesca “Cumbre por la Democracia”, con la que pretendía relanzar a Biden como líder mundial, convocando para ello a amigos y aduladores ante su incapacidad real de ejercer tal liderazgo a pesar de una retórica de fuerza que suena hueca y descontextualizada, provocando el rubor y la desconfianza incluso de los militares y el Pentágono que continuamente deben “aterrizar” al ocupante de la Casa Blanca respecto de la realidad circundante, sobre todo en términos estratégicos.

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