Occidente solo había peleado con débiles

 

Nahia Sanzo

Ucrania se enfrenta a una guerra que nada tiene que ver con aquellas que los países que ahora instruyen a su ejército han luchado en las últimas décadas

“Semanas después del inicio de la tan esperada contraofensiva, los oficiales occidentales describen valoraciones crecientemente «aleccionadoras» sobre la capacidad de las fuerzas ucranianas para recapturar una cantidad significativa de territorio, según han trasladado a CNN cuatro oficiales occidentales y estadounidenses de alto rango con acceso a los últimos informes de inteligencia”, ha escrito esta semana el importante medio estadounidense en referencia a la marcha de las operaciones militares en el frente sur.

Planteada como la batalla definitiva por el mar de Azov, las tropas ucranianas continúan intentando avanzar metro a metro y a costa, según ha podido leerse en varios medios occidentales, de enormes bajas, hacia aldeas hasta hace unos meses desconocidas como Rabotino o Urozhainoe.

La que iba a ser también la ofensiva que mostrara definitivamente la infinita superioridad del armamento occidental frente al ruso, ha quedado algo afeada por las imágenes de tanques y blindados ucranianos de todo tipo de orígenes -rusos y occidentales- abandonados, dañados o quemados en los campos de minas rusos que dificultan la llegada de Ucrania a la primera línea de defensa de las tropas de la Federación Rusa.

Dos meses y ningún éxito después, Ucrania y sus socios buscan explicaciones además de soluciones. Desde las primeras semanas, como constataron también comandantes sobre el terreno, fue obvio que Kiev había cambiado de táctica para optar por grupos más pequeños y con mayor movilidad frente a las columnas blindadas con las que ingenuamente pensaba romper el frente ruso sin caer en la más que esperable barrera de las minas antitanque. Ese cambio de estrategia tampoco ha dado resultados e incluso en aquellos lugares más prometedores, por ejemplo, en los flancos de Artyomovsk, Ucrania no ha conseguido todavía consolidar ningún avance serio. El miércoles las fuentes rusas, que durante semanas han calificado la situación de tensa, mostraban los primeros intentos de contraofensiva.

También ahí han desaparecido los triunfalismos de hace unas semanas, en las que Ucrania daba Arytomovsk por semi cercada y la 3ª Brigada del Ejército Ucraniano, liderada por Andriy Biletsky, prometía acabar con las tropas rusas. Retirada ya de ese frente, en los reportajes de prensa la brigada promete ahora venganza, signo de que el plan no ha salido como se esperaba inicialmente.

“Todos reconocemos que está siendo más duro y más lento de lo que a todos -incluido a los ucranianos- nos gustaría, pero aún creemos que hay tiempo y espacio para que ellos hagan progresos”, afirma una de las fuentes citadas por CNN. Tan solo oficiales ucranianos tan apegados a la propaganda como Mijailo Podolyak tratan de mantener las apariencias afirmando que “las operaciones ofensivas continúan” y exigiendo que no se preste atención a las direcciones o la rapidez de la operación y en lugar de eso se centren en “monitorizar de cerca la alta calidad del trabajo de las Fuerzas Armadas de Ucrania”.

Ayer, uno de los prácticamente diarios bombardeos ucranianos costó la vida a varios civiles, incluida una niña de cuatro años. Hace unos días, la alta calidad del trabajo ucraniano destruyó la facultad de Finanzas de la Universidad de Donetsk, horas después de bombardear con su artillería una calle residencial de otro barrio de la principal ciudad de Donbass. Las informaciones de bajas civiles en barrios residenciales de la ciudad son diarios.

Ni las consecuencias ni las dificultades han conseguido doblegar al discurso de propaganda de Ucrania, que como ayer volvía a escribir Mijailo Podolyak, llevará a las tropas ucranianas a “la conclusión obligatoria y justa”. En su misma línea se ha manifestado Volodymyr Zelesnky, aunque en su caso ha llegado a admitir de forma implícita las dificultades a las que se enfrenta su ejército.

Sin embargo, ni la falta de avances ni las pérdidas de personal y material son motivo para preocuparse. El razonamiento de Zelensky no se basa en la pronta llegada de los Abrams estadounidenses, cuyo envío ha sido aprobado ya, sino en la moral de las tropas. Dos meses después del inicio de una contraofensiva en la que durante meses se ha dado por hecho que las tropas rusas no podrían defenderse, el presidente ucraniano, leyendo quizá las mentes de los soldados propios y ajenos, afirma que “nosotros tenemos fatiga en nuestros ojos mientras que los rusos solo tienen miedo”. No es eso lo que se ha demostrado las últimas ocho semanas, pero la bajísima moral de las tropas regulares y reclutas rusos sigue siendo el argumento repetido por oficiales y expertos.

Con algo más de seriedad, algunos medios de comunicación occidentales han comenzado a indagar en un aspecto hasta ahora ignorado. Desde hace un año, los países occidentales, especialmente el Reino Unido, se han jactado de los resultados que preveían que iba a lograr la instrucción de soldados ucranianos en el extranjero. Según medios británicos, Londres prepara tropas ucranianas para el asalto a Crimea y hace unos días, los perfiles de redes sociales del Ministerio de Defensa del Reino Unido anunciaban haber instruido ya a 20.000 soldados ucranianos.

Sin embargo, empieza a recaer sobre esos programas de entrenamiento acelerado la sombra de la duda desde los lugares más insospechados. Esta semana ha podido leerse, por ejemplo, las dificultades que están surgiendo para el programa de instrucción de pilotos ucranianos en el uso de los tan deseados F-16 estadounidenses, entrenamiento que Oleksiy Reznikov ha anunciado como gran noticia en varias ocasiones. Ucrania ha seleccionado ya a 32 candidatos.

La esperanza de Kiev recaía en la capacidad ucraniana de adquirir la destreza de manejar el equipamiento en un periodo reducido limitado a la mitad de la instrucción habitual, algo que parece que no va a ser posible. De los pilotos seleccionados, solo ocho son capaces de comunicarse en inglés, idioma en el que se realiza la instrucción, por lo que antes de comenzar su entrenamiento deberán pasar meses por la academia de idiomas.

Tampoco la instrucción en periodo reducido parece la idea más lúcida, no solo por la complejidad del trabajo de piloto o por lo vulnerables que esas aeronaves van a ser ante los aviones y las defensas antiaéreas rusas, especialmente en manos de pilotos principiantes. Como han reflejado esta semana medios como The New York Times u openDemocracy, ninguno de ellos sospechoso de simpatías prorrusas, el entrenamiento de los soldados puede ser una de las carencias que estén lastrando la ofensiva ucraniana.

En un reportaje sobre las fuerzas recién llegadas a la segunda línea del frente de Kupyansk, donde las tropas rusas avanzan lentamente hacia algunas de las posiciones que abandonaron hace once meses, openDemocracy afirma que “los soldados ucranianos se quedan con poca preparación para las realidades de la guerra debido a la desconexión entre la OTAN y la instrucción militar nacional”. El artículo menciona lo breve del periodo de entrenamiento y pone el foco en aspectos que no son los que los propios soldados habrían esperado.

Una de las quejas de los soldados ucranianos es, por ejemplo, la escasa preparación adquirida en la imprescindible tarea del desminado. Una de las fuentes citadas se refiere a un campo de minas de prácticas de un par de metros y una instrucción de no más de dos horas, una preparación escasa teniendo en cuenta que era previsible que la Federación Rusa hubiera minado los campos de la primera línea del frente de Zaporozhie, al igual que lo hiciera también Ucrania a lo largo de todo el frente en 2022. El comentario es representativo, no solo de las carencias de la instrucción de la OTAN de la que tan orgullosos están funcionarios como Josep Borrell, como de la absoluta falta de comprensión de la naturaleza de la guerra que están librando.

En esa línea precisamente se mostraba un artículo publicado por The New York Times que, aunque sin gran tono de crítica hacia Occidente, admitía que los soldados están siendo preparados para una guerra que difiere notablemente de la teoría estudiada. Más allá de la excusa de las dificultades provocadas por los campos de minas, algo que tanto Kiev como Londres y Washington debieron haber previsto, el medio estadounidense se centra en los problemas de los instructores norteamericanos para preparar a unas tropas que carecen de aspectos básicos.

“Para que la aproximación occidental funcione con efectividad necesitas todos los elementos, y un elemento clave es la potencia aérea”, afirma Hamish de Bretton-Gordon, coronel retirado del ejército británico, que vuelve sobre una cuestión que era evidente desde que comenzó a hablarse de la contraofensiva de primavera de Ucrania. Ya entonces era evidente que la ansiada aviación occidental iba a estar ausente de la operación militar y que las aeronaves y helicópteros ucranianos iban a enfrentarse a los aviones y las defensas antiaéreas rusas con nulas posibilidades de imponer para Ucrania la superioridad aérea necesaria para un avance profundo en campo abierto.

Políticos como Boris Johnson propusieron entonces que los misiles de largo alcance sustituyeran a la aviación, un comentario absurdo propio de quien pretende utilizar a un ejército proxy para conseguir sus propios objetivos sin preocuparse de las consecuencias.

Ucrania se enfrenta a una guerra que nada tiene que ver con aquellas que los países que ahora instruyen a su ejército han luchado en las últimas décadas. La OTAN siempre contó en sus guerras con una abrumadora supremacía aérea e importante superioridad de potencia de fuego y siempre luchó desde un claro desequilibrio de fuerzas.

La diferencia con la actual guerra contra un ejército moderno, bien armado y dispuesto a luchar, ya fue percibida hace muchos meses por los mercenarios estadounidenses que en los primeros meses de la guerra rusoucraniana llegaron a Ucrania. Comprendieron la sensación de estar al otro lado de la artillería de una potencia industrial, algo que no habían padecido en Afganistán o Irak. Sin embargo, la soberbia occidental sigue considerando su excelente instrucción un arma infalible. Así lo ve, al menos, la clase política.

Hace unos días, Blinken puso sus esperanzas en la entrada en combate de las brigadas entrenadas en el extranjero. Esos soldados están ya comprobando las carencias de la instrucción occidental, como lo harán también aquellos que hayan sido entrenados en el arte de la guerra de trincheras por países como el Reino Unido, cuya experiencia más reciente se remonta a las guerras mundiales del siglo pasado, en lugar de por su propio ejército, curtido durante nueve años en las fortificaciones y ataques al Donbass.

Sin sorpresas, las nuevas revelaciones no han llevado a una valoración más realista de la guerra, sino a elevar la apuesta en busca de una guerra aún más dura y en la que finalmente entren en juego misiles ATACMS y aeronaves F-16, cualquier cosa para evitar rebajar expectativas o admitir la posibilidad de que Ucrania no vaya a ser capaz de vencer a Rusia, una derrota que, ante la implicación de los países de la OTAN, habría que considerar colectiva.

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